jueves, 4 de julio de 2013

Muerte.




                                                                                                                   Vierte.




 


Morí como si fuese sido algo extraordinario haber salido por esa hendidura llamada vagina, la vagina de esa mujer desconocida que prefirió dejar de respirar que morir conmigo en la vida, salí de ese lugar tan raro donde todo se hacía por sí solo, sólo debía moverme dentro de una bolsa de vez en cuando para que supieran que estaba vivo.


Al salir de ese hoyo conocí cientos de personas iguales que venían a verme, tocarme y abrazarme (Como si tuviesen comprando un maldito colchón) en ese lugar dónde habían millones de niños, (No sé no recuerdo, sólo sé que fue mi hogar hasta los 16 años) que elegían para llevárselos, todos tenían que sonreír por obligación como unos malditos robots y sí, sí funcionaba, siempre salían de ese lugar sólo los niños que más "afecto" le daban a esos compradores de colchones.


Tocó salir de ese lugar donde nadie murió por mí y tampoco nadie se quedó conmigo, creyendo ingenuamente que no me iba a encontrar a más de esos compradores de colchones y no, no huí de ningún lugar, no conocí algo nuevo; seguía siendo la misma mierda sólo que ahora no habían sólo niños o sí, sí seguía viendo niños y peor aún seguía viendo fetos de esos que aún creían que estaban en el útero de sus madres que debían sólo  mover un dedo o pegar un grito que les hacía recordar a sus padres que estaban vivos, pidiéndole que les bajaran el mundo o al menos una estrella.


No cambió nada habían millones de compradores de peluches por todos lados, que sonreían por obligación para ser aceptados y fingiendo que le importaba la mierda que otros estaban haciendo, había gente matándose fingiendo que se odiaban y había gente fingiendo saberlo todo porque lo leyó en un libro o lo vio en las noticias.
Esa vieja de la vagina entendí lo inteligente que fue yéndose y dándome este pase libre a una fiesta aburrida a la cual todos quieren ser felices, todos quieren coger con todos y otros que hacen que otros dejen de respirar.


La muerte es más que una vida sin leyes, ni reglas. Sólo se hace por obligación como todo el manual que viviste o que pretendiste acabar antes de dejar de respirar. Morimos con las ganas de seguir viviendo, ¿Pero para qué? ¿Qué vamos a querer vivir en donde se inventan profecías, reglas, nacimientos y resucitaciones que solo las creen los que quieren hacerse ricos? El único miedo que tienen de morir es volver a vivir.


Morimos el día que nacimos, arruinando la vida de millones de personas que sí saben vivir, sí se saben el manual, sí quieren hacer lo que todos hacen, el resto sólo estorba es imposible aparentar la vida, ya estamos muertos, caminamos y respiramos como si no quisiéramos asesinar a nadie.

La muerte es ecologista y siempre va a querer un mundo limpio.


— Contó la vida moribunda, frustrada, muy seria y sin tapujos.


.Ralswonski






                                                                                                                 Pantomina.
 

 


Tal vez la muerte sea una fotografía, o tal vez nosotros lo seamos.
En todo caso, vivir en este mundo puede ser un gran error.
Tal vez nosotros seamos fotografías, nacidos para ser olvidados en polvorientos e incómodos cajones de mesa de noche, o para vivir apretujados entre gordos libros de obituarios o de orientación sexual o hasta en libros de auto ayuda, qué más da donde, si en todas partes es incómodo y asqueroso.


Tal vez somos fotografías sin emoción, tomadas en el momento menos indicado, procedentes de una cámara fotográfica anatómicamente progresista. Somos fotografías producidas en masa y veladas de forma individual. Somos la producción de una raza de máquinas fotográficas y mientras tanto, la muerte allí, seleccionándonos aleatoriamente, cortándonos los bordes y metiéndonos en un cajón.


Y así como las fotografías, que a veces se resisten a ser olvidadas o borradas, estamos nosotros, resistiéndonos con uñas y dientes a esta montaña de cristal, resistiéndonos a no caer por el abismo de las fotos olvidadas por el tiempo, por la conciencia, por la culpa o por el amor. Así estamos siempre, temiéndole tanto a al muerte o al futuro que a veces cuando nos fotografían olvidamos sonreír.


Tal vez seamos fotografías, pero tenemos miedo de admitirlo; porque tenemos miedo de todo, hasta de nosotros mismos. Qué fácil es la creación, pero más fácil es la destrucción, más hermosa y más pura. Juzgamos al suicida, pero ¿y si sólo se mató para volver a la placenta?, ¿Y si sólo buscaba una razón de peso para sentirse vivo?.
Qué hipócritas somos, y como fotografías somos las peores. Lo que debemos hacer es mirar hacia el pasado y preguntarnos: ¿por qué no sonreí en aquel momento?, ¿por miedo? ¿por vergüenza? ¿por qué?. creemos que sonreír es un delito pero, a veces el delito es la única forma de sobrevivir. Qué tristes fotografías somos.


Tal vez la muerte sea una fotografía y nosotros seamos el fondo de ella. Somos la pared derrumbada, el árbol seco, las nubes amenazadoras, el sol resplandeciente, el día amarillento o el abrazo forzado.


Somos el de hasta atrás de la fotografía de la vida, el que se esconde, el tímido, el que no le sonríe al obturador de la muerte; somos esa patética y tenue mancha de nostalgia resbalando por la taza de café.


Somos fotografías y nos da miedo admitirlo por temor a ser olvidados en alguna libreta de apuntes intrascendentes.
Tal vez la muerte sea una fotografía y nosotros somos -en realidad- el fotógrafo. Tal vez nosotros acomodamos a los personajes de nuestra vida: "-tú a la izquierda, tú a la derecha, tú sonríe, tú. tú quítate, que no sales bien ahí.". Tal vez nosotros seamos los responsables de la mítica fotografía de nuestro obituario, pero nos da horror siquiera pensarlo.


Si somos fotografías, ampliémonos. Si somos fotografías, expongámonos. Si somos fotografías, presumámonos. Si somos fotografías, enorgullezcámonos. si somos fotografías, publiquémonos; que nosotros somos el mejor público y la muerte, el mejor escaparate.


Somos fotografías, fotografías hermosas, pero nos hace falta posar mejor. Somos imágenes aleatorias, bellas. Somos poemas en una inmensa pared de fotografías desteñidas y roídas por el sol.



Tal vez somos fotografías y la muerte es la mejor fotógrafa, pero cuánto miedo tenemos de sonreírle, y qué poco respeto le tenemos.


Entonces, mejor configurémonos el alma, cambiémosle el filtro a nuestras realidades, elijamos el mejor fondo, y contemos hasta tres. Dibujémosle nuestra mejor sonrisa a la muerte y cuando te diga: "¿estás listo?", dile que sí. Pongámosle el mejor flash a nuestros ojos y cuando la muerte nos de la fotografía de nuestra vida, escribamos atrás de ella con grandes letras rojas y en mayúsculas: "DAR O QUITAR LA VIDA SERÁ SIEMPRE ALTERAR EL FUTURO".


Y si después te olvidan en un cajón o en un viejo libro,  no importa, tú hiciste tu parte, pues moriste con la satisfacción de no tener miedo, de posar con orgullo y de haber puesto la mejor sonrisa en tu último suspiro.




.Is






lunes, 26 de noviembre de 2012

La vida recíproca.



El 04 de noviembre de 1992 en una mañana oscura, dónde el sol parecía una luna, los pájaros no cantaban su hermosa melodía de las mañanas porque habían muchos zamuros esperando una llamada, y los gallos con ese reloj tan exacto que tienen para despertar a toda la ciudad no cantaban, se volvieron gallinas.
Repentinamente se escucharon varias personas gritando en un hogar del barrio más pobre de Venezuela: ¡PAPÁ, DESPIERTA NO TE MUERAS!
Esas voces era la garganta recortada por el llanto, con lágrimas, mocos en la cara y las manos llenas de sangre de Vinicio por presenciar la muerte de su padre cuando se encontraba hablando con un extraño sujeto que le gritaba: “Vete de mi zona.” Mientras le apuntaba con una pistola en la cabeza la cual disparó.



Vinicio era un niño que nació  sin problemas el 04 de noviembre de 1988, fue llamado así por su padre el cual le regaló su muerte el día de su cumpleaños número cuatro.

Luego de ese 04 de noviembre Vinicio vivía solo con su madre y se crio como un niño normal en las calles, jugaba, reía, mientras las balas pasaban y las paredes mucha gente rara las saltaba, no pudo entender nunca el por qué lo hacían.
Su madre siempre estaba en el trabajo y no tenía una “nana” ya que el sueldo no era suficiente para pagar una; siempre veía la TV y su programa favorito era de un niño feliz jugando con sus dos padres (bueno, como todo en la puta televisión, hipnotizando mentes pequeñas y embruteciendo a la sociedad.).


Vinicio no es un niño, Vinicio ya creció; dejó la escuela porque piensa que la vida pasa muy rápido como para estar sentado en un salón aprendiendo cosas que él “ya sabe”, eligió estudiar en la calle dónde su mejor profesor era un vagabundo el cual le enseñó que nunca llegara a ser como él. Lleno de odio por todo lo que ha vivido y que sería muy estúpido explicar por qué, ya que no cree ni en su reflejo.


Vinicio ya tiene veinte años y no sabe que atrás de él está la muerte, camina las calles con una Colt en la cintura y una mente retorcida (De esas que gradúa la calle y que no es muy fácil de conseguir) no cree en religiones ni en santos, ni en gente y piensa que Dios es el superhéroe con más seguidores en el planeta tierra sin haber salvado alguna vida.


Pasan los días y su madre lo despide feliz en la mañana porque le toca ir a su trabajo. Hoy hay que vender mucho de ese producto por la cual la gente se mata, matan y se mueren.
La venta había estado mala esa semana, pues había llegado un nuevo “distribuidor” que le había quitado clientela y necesitaba solucionar rápidamente ese problema.

8:00pm, Vinicio se encuentra esperando que todo esté más oscuro para poder negociar mejor con el distribuidor. Se acerca silenciosamente con su Colt45 y dice: “Vete de mi zona”, mientras lo apunta en la sien sin temblor, ni miedo de pronto se escuchan cinco disparos los cuales cuatro le habían destrozado toda la cabeza al nuevo distribuidor; la sangre voló y cayó toda en la ropa de Vinicio, corrió sonriendo como un psicópata por todas las calles mientras se desnudaba y saltaba todas las paredes que se encontraba (Como lo hacía la gente mientras él jugaba cuando era un niño).


Vinicio ya no sabe quién es. Vinicio ya está muerto. A Vinicio lo está buscando la muerte montada en una camioneta gris con cuatro hombres armados y llenos de rabia por la muerte del distribuidor.


Amanece y Vinicio como en todas las mañanas se despide nuevamente de su madre para ir a su trabajo, vuelve a las calles a vender su producto como si nada hubiese pasado la noche anterior, todo tiende a ser un día bueno cuando suena el teléfono con la llamada de su vecino diciéndole: “Vinicio, llegaron cuatro tipos armados mientras tu mamá se encontraba viendo las telenovelas, preguntaron por ti, ella se negó a darle información y le dieron 15 disparos en todo el cuerpo, ¡Vete de aq…”
Vinicio cortó el teléfono y con lágrimas pequeñas en los ojos piensa entre sí: “Mamá, despierta no te mueras”, no vuelve a su casa desde ese día.


Vinicio no sabe quién es.  A Vinicio lo está buscando la muerte. Vinicio ya está muerto sólo es un fantasma el que camina por las calles. A Vinicio le hizo una vida la calle que él estaba muy pequeño para elegir; esa vida dónde sufres, huyes, te escondes o te mueres.


Ahora hay un vagabundo en las calles de casi sesenta años de edad que pide limosnas mientras se tapa la cara, y a todos los niños que ve les dice que nunca lleguen a ser como él.